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lunes, 20 de febrero de 2012

el té de las cinco


La tarde era hermosa, la luz y la temperatura primaverales. Comenzamos a caminar.

La sencillez del entorno y la sencillez de ellos me gustaba.

Si uno paraba a mirar una piedra o una pequeña flor, los ojos de los demás, atentos se detenían también. 

La conversación tranquila, de nada concreto, incluso escasa, pero amable y amistosa.

Ahora un almendro en flor que nos hace parar y tomar fotos, ahora una vista al mar que nos extasía, a todos. Y después, ya de regreso, la visita a nuestro pequeño cementerio, cementerio para dos. Un conjunto de losas dispuestas sobre la tierra del bosquecillo y algunas pequeñas ofrendas: una concha, un palito de higuera.

Plantamos unas flores amarillas justo entre las dos, y después de unos instantes nos acomodamos en la pinaza y compartimos un delicioso té con galletas, que tomamos mientras hablamos de ellas, mientras las extrañamos y recordamos lo excepcional de esos pequeños seres, un día de febrero a las cinco de la tarde.   

 


















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