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lunes, 29 de abril de 2013

María



Ella estaba en una salita junto con muchos otros. Dispuestos en un cuasi doble círculo, unos delante, otros más atrás. Casi todos en sillas de ruedas, sólo unos pocos sentados en butacas.
Yo la iba a buscar a ella para pasar juntas una hora, para sacarla de la triste apatía de la residencia ni que fuese por una hora.
La salita tenía (tiene) como elemento principal y en torno al cual gira la disposición de los usuarios una gran tele. El volumen alto, la tele también.
Ellos miran casi todo el tiempo hacia abajo, hacia sus manos apoyadas en sus rodillas. Muchos de ellos dormitan o están ausentes. Y mientras yo la encuentro a ella y  trato de sacarla  de entre tanta silla hacia el pasillo, la voz ensordecedora de una mujer que ha perdido su piso. Vocifera y grita llorando por ella, por sus hijos, por la vida que le espera. Yo no soporto ese griterío emitido por una de esas cadenas sensacionalistas y oportunistas. Miro las caras de todos, nadie mira, nadie lo ve.
Y me pregunto quién es el genio que dispone colocar una super tele en las alturas para usuarios que no pueden mover ya sus cervicales. Y me pregunto también si no habrán programas de naturaleza donde ver alguna gacela corriendo o el vuelo de un águila en el cielo azul para, así,  ni que sea por un instante  aportar una chispa de vida a esta gente que ya tiene tan poquita.
No, a nadie se le ocurre. En  lugar de eso un griterío terrible saliendo del aparato y ellos ajenos a todo mirando como alternativa al vacío.