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jueves, 19 de enero de 2012

YO NO SOY CRUSOE






Por unos días, sólo por unos días y por motivos de trabajo debo buscar una habitación para dormir. Trabajo en una población cercana a la mía, pero a la una de la madrugada que es cuando salgo no hay transporte de regreso.

El caso es que he encontrado una, a través de uno de esos anuncios que la gente cuelga por aquí y por allá.

Ayer hablé con la propietaria del piso y acordamos un precio, así que esa misma noche ya me quedé a pesar de no llevar mis efectos personales conmigo.

Es la primera vez que alquilo una habitación por motivos no turísticos y que duermo en casa de un perfecto desconocido.

Salir a la una de la madrugada del trabajo tampoco es una práctica habitual en mí, de hecho es la primera vez que lo hago.

La soledad de la noche a esa hora, el frío, la inquietud que provocan las presencias y las no presencias, la urgencia de ponerse a salvo de todo o tal vez de nada, provoca una tensión al menos en  mí de lo más desagradable. Quizá también es la falta de costumbre y uno que lo tenga por la mano no debe percibir todo lo que yo percibo por minuto.

La mujer propietaria de la habitación resultó ser muy amable, extremeña y separada. A esto ella le da mucha importancia y en el primer encuentro nocturno me explicó todo el proceso de separación y el resto de su vida. Yo la escuchaba y en parte me alegraba de poder entrar en confianza con alguien con quien compartiría techo esa noche.

Finalmente fuimos a dormir, me metí en la cama con ganas de descansar y cansada, pero el caso es que no lo conseguí hasta pasadas algunas horas debido al frío que llevaba dentro del cuerpo. Esa sensación era difícil de aguantar y a pesar de la manta y la colcha me impidió conciliar fácilmente el sueño. Finalmente dormí algo y me desperté con los primeros ruidos de la extremeña, que al parecer tiene el cuerpo acostumbrado a madrugar y aunque era su día festivo, madrugó igual.

Al cabo de un rato de oírla y viendo que yo no retomaría mi sueño, me levanté. La sensación matutina en casa ajena tampoco es que sea lo más agradable que te pueda pasar, pero ella muy animosa me ofreció un café descafeinado que acepté.

Después la vuelta a casa, sin ducha previa, con la ropa del día anterior

 En realidad todo esto no es más que algo anecdótico, pasajero, pero me hace pensar en esas personas que deben buscar por motivos serios un lugar donde dormir, que quizá ni encuentren o que tal vez ni puedan pagar.

Es dura la vida fuera de la comodidad a la que uno está acostumbrado. De hecho el frío de la noche es poco agradable, pero nuestros inviernos son suaves. Una casa ajena no es la propia, pero es una casa. La una de la mañana es tarde, pero se sobrevive a ello. En fin que todo se podía mirar desde prismas bien diferentes, y así, me vino  al recuerdo un episodio de Robinson Crusoe, que desesperado por su terrible situación, decide hacer dos columnas donde anotar lo que le aconteció y hubo de sufrir cómo naufrago y lo  peor que le pudo haber pasado poniéndose en lo peor. De esta manera encontraba el consuelo necesario para tirar adelante. Yo desde luego no soy Crusoe, pero si a él le funcionó a mí seguro que también.    

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