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jueves, 17 de febrero de 2011

Pilar

Los años tienen un peso específico. La experiencia, las vivencias, en fin el tiempo.
Me costó tanto entenderla. Casi aborrecía su “manía “de guardarlo todo, de no tirar nada. Era en la época en que yo lo tiraba todo, necesitaba lo nuevo, lo por estrenar, cansándome de los objetos y buscando renovar todo siempre.
Ella vivió la guerra y con ella la falta de casi todo, hasta de la risa que se le apagó a sus cuatro años cuando también, además, le faltó la madre.
Siento no haberla entendido, cómo siento no entender a tantos que me rodean, pero concretamente hoy siento no haberla entendido a ella.
Hace unos días cumplió ochenta y cinco años y aunque la siento tan cansada y desesperanzada como cuando la conocí hace ya más de veinte, por primera vez veo que ya no queda demasiado tiempo para disfrutarla, para ofrecerle algo, para demostrarle que la quiero.
En estos días le he hecho una visita. He disfrutado de su compañía, de sus rarezas, de su incansable dedicación a su marido, al que cuida mucho más que a sí misma.
Un día ella dejará de estar y la lloraré, tal como ya la lloro hoy, con dolor, cómo hace mucho lloré a mi madre, y conservaré para siempre sus colchas de lana reutilizada, que fueron creadas gracias a esa inconmensurable paciencia y tesón de los que yo seguramente carezco, y que remendaré una y mil veces para seguir conservando su esencia, su presencia.
Pero hoy, todavía puedo disfrutarla. Sentir que está, que tal vez la vea la semana próxima y que me provoque alguna risa cariñosa su atabalamiento ante cosas absolutamente intranscendentes para mí o descubra alguna señal de su manía conservadora, con la que cada vez me identifico más y que me dejó perpleja la semana pasada, cuando al querer llenar el cubo de fregar (en su casa) para recoger un poco de agua que había caído, descubrí anonadada que el escurridor, de plástico, que en alguna ocasión se habría roto, tenía un cosido. Un remiendo, maravillosamente realizado con un trozo de alambre y que, además de mi incredulidad, provocó en mí la necesidad de mojar repetidas veces la fregona en el cubo y escurrir con fuerza para comprobar su efectividad, y me provocó también la imperiosa necesidad de inmortalizarlo en una imagen, como testimonio de las cosas que mi suegra es, hoy, aún capaz de hacer.

1 comentario:

  1. Me has emocionado,Artemisa,ese arreglo del cubo es de las cosas mas hermosas que he leído en mucho tiempo.La belleza está en el hecho y en los ojos que contemplan, en este caso los tuyos,a los que agradezco la sensibilidad y la generosidad de contarlo aquí, para nosotros.
    disfrútala, díselo.
    tomemos nota de esas cosas y hagámoslas circular, el mundo necesita reciclaje, reutilización, sentido común, creatividad.un abrazo***

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