Éramos pocos, sólo unos cuantos. El tiempo había sido lluvioso los últimos
días y claro, la gente se acobarda.
Comenzamos nuestros ejercicios frente al mar.
Un mar y un cielo difíciles de definir en los que se apreciaban mil gamas
de colores entre el verde esmeralda y el gris plateado.
Las olas rugientes parecían aludes de nieve avanzando hacia la playa, y sobre ellas de negro neopreno unos cuantos
jóvenes intrépidos sobre sus tablas de surf danzaban para nosotros.
Dos escenarios distintos, uno frente al otro, homenajeando a una naturaleza
que ese día refulgía de manera especial.
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