La tarde era hermosa, la luz y la temperatura primaverales. Comenzamos a
caminar.
La sencillez del entorno y la sencillez de ellos me gustaba.
Si uno paraba a mirar una piedra o una pequeña flor, los ojos de los demás,
atentos se detenían también.
La conversación tranquila, de nada concreto, incluso escasa, pero amable y
amistosa.
Ahora un almendro en flor que nos hace parar y tomar fotos, ahora una vista
al mar que nos extasía, a todos. Y después, ya de regreso, la visita a nuestro
pequeño cementerio, cementerio para dos. Un conjunto de losas dispuestas sobre
la tierra del bosquecillo y algunas pequeñas ofrendas: una concha, un palito de
higuera.
Plantamos unas flores amarillas justo entre las dos, y después de unos
instantes nos acomodamos en la pinaza y compartimos un delicioso té con galletas,
que tomamos mientras hablamos de ellas, mientras las extrañamos y recordamos lo
excepcional de esos pequeños seres, un día de febrero a las cinco de la tarde.
Precioso paseo.De algún modo me he sentido partícipe.Besos***
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