Por unos días, sólo por unos días y por motivos de trabajo debo buscar una
habitación para dormir. Trabajo en una población cercana a la mía, pero a la
una de la madrugada que es cuando salgo no hay transporte de regreso.
El caso es que he encontrado una, a través de uno de esos anuncios que la
gente cuelga por aquí y por allá.
Ayer hablé con la propietaria del piso y acordamos un precio, así que esa misma
noche ya me quedé a pesar de no llevar mis efectos personales conmigo.
Es la primera vez que alquilo una habitación por motivos no turísticos y
que duermo en casa de un perfecto desconocido.
Salir a la una de la madrugada del trabajo tampoco es una práctica habitual
en mí, de hecho es la primera vez que lo hago.
La soledad de la noche a esa hora, el frío, la inquietud que provocan las
presencias y las no presencias, la urgencia de ponerse a salvo de todo o tal
vez de nada, provoca una tensión al menos en mí de lo más desagradable. Quizá también es la
falta de costumbre y uno que lo tenga por la mano no debe percibir todo lo que
yo percibo por minuto.
La mujer propietaria de la habitación resultó ser muy amable, extremeña y
separada. A esto ella le da mucha importancia y en el primer encuentro nocturno
me explicó todo el proceso de separación y el resto de su vida. Yo la escuchaba
y en parte me alegraba de poder entrar en confianza con alguien con quien
compartiría techo esa noche.
Finalmente fuimos a dormir, me metí en la cama con ganas de descansar y
cansada, pero el caso es que no lo conseguí hasta pasadas algunas horas debido
al frío que llevaba dentro del cuerpo. Esa sensación era difícil de aguantar y
a pesar de la manta y la colcha me impidió conciliar fácilmente el sueño. Finalmente
dormí algo y me desperté con los primeros ruidos de la extremeña, que al
parecer tiene el cuerpo acostumbrado a madrugar y aunque era su día festivo,
madrugó igual.
Al cabo de un rato de oírla y viendo que yo no retomaría mi sueño, me
levanté. La sensación matutina en casa ajena tampoco es que sea lo más
agradable que te pueda pasar, pero ella muy animosa me ofreció un café
descafeinado que acepté.
Después la vuelta a casa, sin ducha previa, con la ropa del día anterior
En realidad todo esto no es más que
algo anecdótico, pasajero, pero me hace pensar en esas personas que deben
buscar por motivos serios un lugar donde dormir, que quizá ni encuentren o que
tal vez ni puedan pagar.
Es dura la vida fuera de la comodidad a la que uno está acostumbrado. De
hecho el frío de la noche es poco agradable, pero nuestros inviernos son
suaves. Una casa ajena no es la propia, pero es una casa. La una de la mañana
es tarde, pero se sobrevive a ello. En fin que todo se podía mirar desde
prismas bien diferentes, y así, me vino al
recuerdo un episodio de Robinson Crusoe, que desesperado por su terrible
situación, decide hacer dos columnas donde anotar lo que le aconteció y hubo de
sufrir cómo naufrago y lo peor que le
pudo haber pasado poniéndose en lo peor. De esta manera encontraba el consuelo
necesario para tirar adelante. Yo desde luego no soy Crusoe, pero si a él le
funcionó a mí seguro que también.
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