Unos cuantos retazos en mi cabeza. Escenas tomadas
de aquí y de allá que me hacen pensar, sentir que la cosa no va.
En el metro de Barcelona,
dentro del convoy, el niño sentado junto a su papá no deja de dar pataditas al
asiento. El padre parece cansado, ausente. El niño aporrea con sus piernecitas
de cinco años la parte baja del asiento y produce un ruido ensordecedor. Todo
el mundo lo oye, las miradas asoman por encima de las pantallas de blackberrys
y móviles y acusan. Nadie dice nada. El padre ausente.
Sábado tarde. Al tomar una
esquina me cruzo con una familia de cuatro miembros. Padres y dos pequeños.
Parece que irán de compras, estamos en rebajas. Apenas unos segundos de contacto visual y auditivo. La
madre dice al hijo: “Tu pórtate bien y esta noche tendrás hamburguesa”
“Pero… de MacDonals?”
Sí, claro!
Bien!!!!
Esa será la recompensa al “buen
comportamiento” del nene.
En la residencia de ancianos a
la que acudo diariamente para ver a María, la auxiliar riñe a los usuarios por
la falta de memoria. Se queja una y otra vez de sus repetidas preguntas, de sus
desconfianzas y exigencias.
Ante la situación que la
desborda ella va repitiendo para sí: “yo si que no entiendo nada, yo si que no
entiendo nada “. Yo sigo dándole la
merienda a mi María y preguntándome si es que a la auxiliar no le han informado
de que su trabajo consistía precisamente en cuidar de gente con alzheimer,
desmemoriados, dependientes, frágiles.
Días después de Reyes las
estadísticas. De los regalos que la
gente recibe un tanto por ciento son devueltos, otro tanto por ciento tirados,
otro tanto por ciento revendidos en eBay. Los regalos ya no satisfacen y lo
sabemos. Los seguimos haciendo y así aumentamos un poco más nuestro porcentaje
de insatisfacción.
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