Al doblar la esquina lo primero que veías era un banco.
Un banco de sentarse, de esperar. En este caso un banco de esperar a que
abriese la rectoría.
Hacía tiempo que pasaba por allí camino a mi trabajo. Un trabajo de a
horas, muy pocas pero necesarias para saberme contribuidora a la economía de
casa.
Y al tomar la esquina lo primero que vi ese día fueron sus ojos claros.
Sentada en el banco junto a otros con sus carritos, esperando.
El encuentro visual fue inmediato y me acerqué a darle un par de besos. Y
al dárselos sus palabras:” mira donde he venido a caer …”.
Le dije que llegaba tarde a mi trabajo lo cual era cierto y me respondió
que tenía suerte de tenerlo. “Bueno, sólo una hora y media hoy” fue mi
respuesta.
Seguí rápida por mi camino pero un tanto confundida, removida, mal.
Por qué alguien debe sentirse tan mal cuando sus ojos claros (los de ella)
tropiezan con una mirada conocida?
“Venir a caer” se repite en mi cabeza desde hace unas horas de manera
reiterativa, y mientras tanto los ministros, 28 creo, se reúnen.
Otra pregunta: para qué?