Parecía una
galera, lejana, oscura, quieta. Desde mi roca oía el sonido de las olas al
romperse casi a mis pies.
Después volví a
mirar el horizonte imaginándome en una isla desierta, avistando la presencia de
un navío, un navío que, ahora que yo era tan sólo el superviviente de un gran
naufragio, parecía alejarse.
Las olas seguían
rompiéndose en millones de gotas en una danza agresiva y atronadora, y al mirar
de nuevo al horizonte ví que mi galera había cambiado su rumbo, olvidándome
para siempre en esa playa.
Decidí así seguir contemplando la hermosa danza a mis pies.
Decidí así seguir contemplando la hermosa danza a mis pies.
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